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Una manada de esquizofrénicos llegó al pueblo.

Éramos los Restrepo y vivíamos en una casa de bareque y barro con techo de paja cerca de la iglesia del pueblo, el Salado, un pueblo bonito y tranquilo, uno de los mejores en la producción del plátano, la yuca y el tabaco. Lo llamaban “la tierra bendita” y pa' qué pero ese sí era un pueblo bien tranquilo donde todos nos conocíamos, no había ningún tipo de odio o envidia por tierras si hubiese llegado a existir pa’eso teníamos la iglesia cerca. Yo vivía con mi hermana menor, se llamaba Viviana y tenía ocho añitos estaba en tercero y le gustaba jugar futbol en la cancha con Carlitos, su mejor amigo. También vivía con Diego, mi hermano mayor, tenía diecinueve años y cargaba bultos de yuca y plátano en una camioneta que se dirigía a las demás veredas o corregimientos para vender, mi mamá y mi papá, Sandra López y Prudencio Restrepo, mi papá era un campesino sembrador de yuca y plátano mientras que mi mamá era una ama de casa dedicada a la familia y al cuidado del hogar. Fernando, el co...

El soldadito

Esa noche tuve que salir de casa, mi dolor era insoportable, tanto que ya no podía resistir si quiera la mirada cautiva de los demás, la pena de mi abuela sentada en una silla sin poder decir nada y la agonía lenta de mis padres; salí y me recosté en un muro de piedra que juntos habíamos construido, coloqué mis brazos en el filo del muro e incliné mi cabeza, junté mis manos y puse mi cumbamba encima de ellas y entonces empezó mi suplicio bajo una luna demasiado opaca; éramos mellizos y aun así le llamaba mi hermano menor, desde pequeño siempre le había gustado vestirse de verde y manchar las camisetas con color café, colocarse las botas negras de papá y los jeans habanos que había heredado de mi primo, yo jugaba con él para no dejarlo solo, nuestros cascos de guerra eran las cocas del lavadero de la casa y nuestro campo de batalla era la sala. Cuando íbamos a visitar a la abue, solía empacar nuestro uniforme en bolsas negras, a nuestra abue siempre le gustaba que jugáramos y en nuestro...

Felonía en voz alta

  Mis ojos sólo querían ver el reflejo de esa mirada expresiva, mis oídos querían volver a escuchar esa respiración arrítmica , mis manos querían volver a sentir los latidos de su corazón en las suyas. Mi nariz volvió a oler su aroma y mi boca quería rozar los vacíos en la piel que hace mucho no sentía.  Me pregunté cómo hablarle de esta incertidumbre de querer verle desde antes de la última vez. Del miedo de conocer el efecto de los años y la lejanía. Del miedo de asimilar sus labios y su piel en otra que no fuera la mía.  ¿Cómo desplazar mi mirada en la veracidad de las líneas anteriores? ¿Cómo encubrir ese idilio que era más que clandestino? Del grito de culpabilidad no queda casi nada desde la vez que lanzó la granada de su boca diciendo “te quiero”. Su voz ahora es un susurro prohibido que solo escucho cuando le miro fijamente.  Y ahora que hemos escrito poemas en nuestras manos, ahora que nos hemos capturado, gritado y recorrido. Ahora que tenemos firmas en los...

Un día de estos.

  Caminaré el sendero que por un tiempo rozó mis pies descalzos.  Subiré a la torre de los colores y  observaré el paisaje que ese día pinté el cielo, lo pensaré de nuevo. Se nublará mi vista y recordaré el instante de alteración parcial, ligero y de gran impacto que transformó lo cotidiano. Pensaré en ellos y los convertiré en recuerdo, los amaré en silencio, correrán lágrimas en  mis mejillas y quizá llegue el miedo.  Arrojaré mi alma y fluirá con el viento, seremos uno mientras la gravedad hace efecto. Podré escuchar como los latidos cada vez son menos. Me voy a ir un día de estos y el retorno será imposible, el silencio aborrecible y no habrá palabra que aguarde la valentía de un don nadie, cobarde.    Carolina Arana Rojas.

El animal.

  Solo se escuchaban tres sonidos,el primero, la respiración agitada del repugnante animal, el segundo, las hojas que habían caído días anteriores chasqueando con cada movimiento brusco y el último,un lamento frustrado casi que en silencio, de todos el menos notorio pero el más desgarrador. Una vez que el animal finalizó el acto, se levantó, frotó su manos en la frente para quitarse el sudor, suspiró profundamente, abrochó su pantalón y se echó a mirar la luna mientras que la pequeña presa, medio muerta solo parpadeaba, había quedado paralizada y era tan fuerte el dolor que ya no lo sentía.   El animal se percató del poco tiempo que quedaba y subió los pantaloncitos de la presa que ya conocía esa mirada y ese lunar en el rostro del depredador; inocente, tomó esas manos familiares e hizo su mejor esfuerzo por caminar. Carolina Arana Rojas .  

El error.

  -Hey, ¿tienes algo por decir? - dijo él observando su reloj y mis ojos esquivó. *Asentí con la cabeza, tomé aire y pregunté con la mirada fija en el aeropuerto distraído de sus pupilas -¿Cómo carajos  hacer para seguir  ocultando que tú paulatino desinterés asociado con un trance de estupidez  me hace daño? Si es difícil verte sin que mis ojos quieren gritar  que  muero por  volver a la complicidad de días  anteriores, si es inevitable que mis manos tiemblen y hagan complicado eso de la respiración solo por tu indiferente presencia, si es difícil evitar que mis labios se retuerzan por las insaciables  ganas de rozar los tuyos y manifestar su inconformismo por tan vil lejanía. ¿Cómo carajos lograrlo si esto no fue lo acordado desde un principio? Si tan solo un intento erróneo puede desmoronar la pequeña torre que escalamos en cada recatado encuentro.

Nudo ciego.

  Han pasado tres meses y medio desde la última vez que escribí.  Incomprensible,complicado y obstinado movimiento.  Es inevitable,son palabras que emigran ahora que no puedo hablar, ahora que no sé cómo explicar esta impresión en forma de espiral cruzado sin fin. Porque no es que no tengan sentido ni color las cosas es que no es ni blanco ni negro, ni oscuro ni claro y mucho menos colorido, es un nublado que emana de lo indecoroso.  Es una atadura de esas que te dejan perplejo sin mover un solo músculo del cuerpo y no es porque no quieras, es solo que no puedes. El silencio arrepentido yace en la parte izquierda de tu pecho y te apuñala desde la punta de tus dedos hasta el último centímetro de tu esófago,empañando tus pupilas haciendo que los intentos por desatarlo sean nefastos porque es un nudo ciego.  Carolina Arana Rojas.