El soldadito
Esa noche tuve que salir de casa, mi dolor era insoportable, tanto que ya no podía resistir si quiera la mirada cautiva de los demás, la pena de mi abuela sentada en una silla sin poder decir nada y la agonía lenta de mis padres; salí y me recosté en un muro de piedra que juntos habíamos construido, coloqué mis brazos en el filo del muro e incliné mi cabeza, junté mis manos y puse mi cumbamba encima de ellas y entonces empezó mi suplicio bajo una luna demasiado opaca; éramos mellizos y aun así le llamaba mi hermano menor, desde pequeño siempre le había gustado vestirse de verde y manchar las camisetas con color café, colocarse las botas negras de papá y los jeans habanos que había heredado de mi primo, yo jugaba con él para no dejarlo solo, nuestros cascos de guerra eran las cocas del lavadero de la casa y nuestro campo de batalla era la sala.
Cuando íbamos a visitar a la abue, solía empacar nuestro uniforme en bolsas negras, a nuestra abue siempre le gustaba que jugáramos y en nuestros cachetes gordos y gruesos nos hacía dos líneas, una de color verde y otra de color negro, nos daba galletas horneadas y dos vasitos con leche, allá nuestro campo de batalla era mucho más grande y siempre nos acompañaba la comandante alias “abue” , jugábamos y al mismo tiempo la ayudábamos cogiendo hojas de unos palos grandes, recuerdo que terminábamos cansados porque eran demasiados.
A medida que fuimos creciendo hubo muchos cambios en nosotros, él era mucho más alto que yo, pelinegro, pálido como una hoja de papel, lleno de pecas en el rostro y por sus caprichos cambié mucho mi aspecto físico, el odiaba mi cabello largo y rubio, realmente lo detestaba y juntos decidimos cortarlo y teñirlo de color rojo, donamos el cabello a un centro de niños con cáncer; tiempo después vino lo que todos sabíamos pero nunca quisimos, debía irse para hacer parte de la milica; a mí no me dio gusto pero verlo sonreír me hacía sentir bien, su sueño por fin se iba a hacer realidad.
Primero fuimos a casa de la comandante para despedirse de ella, la comandante lo abrazó y dijo que lo amaba, el soldado le dio su primer casco de guerra para que nunca lo olvidara, e inmediatamente se hundieron en lágrimas, vimos juntos por última vez el retrato de mi abuelo, y rezamos un rosario, pedimos su bendición y fuimos a casa, allá lo esperaban papá y mamá con todo empacado, y con el corazón en la mano despidieron al único soldado Varón de la casa, yo lo llevé al aeropuerto, quería ser la última en despedirme de él, puso su mano en mi cabeza y después frotó mi oreja, me dijo que cerrara los ojos y me dio un pendiente de color verde, le prometí cuidarlo hasta que volviera, y así en la distancia nos teníamos uno al otro, por ultimo juntamos nuestras cabezas y me dio un beso en la frente.
Tengo que aceptar que fue demasiado difícil y despiadado haber dejado ir mi vida entera, pues siempre me había pedido que fuéramos juntos pero mi deber era defender al pueblo, no con armamento sino con un libro en la mano y frente a un juzgado.
Meses después, él estaba muy afanado por vernos igual que nosotros a él, faltaban ya pocos días para volver a vernos pero ocurrió una desgracia, dos días antes de volver a vernos llamaron a casa en la mañana diciendo que les habían hecho un atentado y que once soldados habían muerto, infortunadamente los sorprendieron en la noche cuando todos dormían y César estaba ahí; la noticia no demoró en propagarse por los medios de comunicación, todos estábamos destrozados, era imposible mantener un auto control en la familia, todos quedamos con un vacío que nunca se llena, y ahora ¿A quién iba a llamar soldado?¿Con quién jugaría en el campo de batalla? Nunca me había imaginado una vida sin él, ¡NUNCA!, era mi alma gemela, era mi vida.
Debido a eso tuve que salir, y dejarlos a todos adentro, es como el cólera, el dolor me carcome por dentro, me mata, ahora solo queda un sinsabor, un amargo que marca la amnesia selectiva que a veces queremos tener y unas paredes llenas de retratos que me recuerdan su ausencia, un pendiente verde que nunca volverá a ver su complemento para que unidos sean un par” Mariana Varón.
Carolina Arana Rojas.
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