El soldadito
Esa noche tuve que salir de casa, mi dolor era insoportable, tanto que ya no podía resistir si quiera la mirada cautiva de los demás, la pena de mi abuela sentada en una silla sin poder decir nada y la agonía lenta de mis padres; salí y me recosté en un muro de piedra que juntos habíamos construido, coloqué mis brazos en el filo del muro e incliné mi cabeza, junté mis manos y puse mi cumbamba encima de ellas y entonces empezó mi suplicio bajo una luna demasiado opaca; éramos mellizos y aun así le llamaba mi hermano menor, desde pequeño siempre le había gustado vestirse de verde y manchar las camisetas con color café, colocarse las botas negras de papá y los jeans habanos que había heredado de mi primo, yo jugaba con él para no dejarlo solo, nuestros cascos de guerra eran las cocas del lavadero de la casa y nuestro campo de batalla era la sala. Cuando íbamos a visitar a la abue, solía empacar nuestro uniforme en bolsas negras, a nuestra abue siempre le gustaba que jugáramos y en nuestro...